Ante la irrupción de las derechas iliberales, Europa contiene el aliento de cara a los resultados de estas elecciones europeas. Los voceros que han sabido canalizar en su favor la incertidumbre y la frustración de los desencantados con el proyecto europeo se presentan con más fuerza que nunca a las elecciones al Euro parlamento. Hoy ya podemos encontrar en la mayoría de países de la Unión partidos de extrema derecha, que promueven en sus Parlamentos un discurso marcado por el euroescepticismo, la islamofobia y la defensa de los valores tradicionales, entre otros. Por lo general, se oponen a ciertos aspectos de la globalización seduciendo a su electorado con opiniones fuertes respecto a la inmigración, la deslocalización empresarial o el multiculturalismo. Bien es cierto que no conforman un grupo totalmente homogéneo, pero parece que, de cara a las próximas elecciones, se disponen a conformar una nueva familia política que augura crecer en representación.
La derecha radical gano el pasado domingo 26 mayo las elecciones federales en Bélgica, país en el que los nacionalistas flamencos de la NV-A se mantienen como la fuerza más votada, con un 18,71 por ciento y 25 escaños, seguidos del partido xenófobo flamenco Vlaams Belang, que empata a 18 escaños en el segundo puesto con el Partido Socialista valón, según el resultado escrutado al 81 por ciento.
Las elecciones europeas dan un resultado histórico: por primera vez, los dos grandes partidos no suman mayoría absoluta, y la subida de verdes y liberales les permitirá influir mucho más en los asuntos europeos a partir de ahora. Pero los euroescépticos no suben tanto como se esperaba. Aunque han crecido bastante, y son primera fuerza en Francia, Italia y el Reino Unido, siguen estando divididos y su capacidad de boicotear la actividad del Parlamento es limitada.
El líder de la NV-A, Bart de Wever, ha valorado los resultados como una derrota para su formación, que se mantiene a la cabeza pero pierde ocho escaños respecto a 2014, y se ha negado a revalidar de partida el cordón sanitario que todos los partidos en Bélgica imponen al Vlaams Belang.
El Rey Felipe de los belgas ya tiene «informador», como se conoce en el país a los encargados de construir un gobierno. Mejor dicho, informadores. Y ninguno representa a los partidos más votados. El jueves de la Ascensión, jornada festiva en ese país, se desvelaba que el viceprimer ministro valón Didier Reynders de los reformistas del Movimiento Reformador (MR -cuarto en escaños-) y el ex viceprimer ministro socialista flamenco Johan Vande Lanotte, del Partido Socialista-Didefente (Sp.a -noveno-) son los elegidos por la Casa Real para sondear a las doce formaciones políticas que han obtenido representación en las elecciones del pasado domingo. El objetivo: encontrar una fórmula de contrapesos que permita dar con un Ejecutivo federal que hoy parece imposible.
La elección dual y el hecho de que ninguno de esos mediadores represente a los ganadores de esos comicios (aunque forman parte de las familias con más peso, los liberales y los socialistas) ha sorprendido en un país que se despertó el lunes con la fractura política más honda de su historia: con un norte flamenco entregado a la derecha y la ultraderecha, ambas independentistas, y un sur francófono, de izquierdas. Las diferencias ideológicas norte-sur no son nuevas. Pero nunca antes la grieta había sido tan clara. Y salvarla requerirá un nuevo «tour de forcé» para encontrar la gobernabilidad en una Bélgica que no se pone plazos límite para conseguirla. Necesitó 194 días en 2007 y escribió su propio récord entre 2010 y 2011: dieciocho meses; 541 días.
La decisión del monarca llegaba después de tres jornadas de encuentros privados con los líderes de los partidos. Más tiempo de lo habitual; síntoma de que el puzzle es complejo. Estos encuentros que se rigen por el principio de la discreción acabaron el miércoles con una entrada en palacio muy polémica: la del líder del partido de la ultraderecha flamenca Vlaams Belang, Tom Van Grieken, de 32 años, natural de Amberes. La entrevista, que este definió como «normal», «tranquila» y «agradable», se convertía en un hito.
Los medios belgas han tenido que tirar de hemeroteca. Y se remontan hasta 1936 para encontrar la última reunión oficial de estas características entre un soberano y un líder de la extrema derecha. Fue la de Leopoldo III y Leon Degrelle, jefe del partido Rexista, la versión belga del fascismo, que colaboraría con los nazis durante los cuatro años de ocupación. Hubo un ‘amago’ varios años después, en 1978, cuando el Rey Balduino (tío del actual monarca) invitó a Karel Dillen, presidente de los Vlaams Blok (el partido antecesor del Vlaams Belang, que llegó a ser condenado por «racista»). Pero Dillen rechazó la invitación.
Polémica al margen, el Rey Felipe no tenía muchas opciones. La derecha radical ha vuelto a resurgir con su discurso independentista y xenófobo. Fue tercera en las urnas con 18 escaños (quince más de los que tenía) en un Parlamento Federal con 150. La mayor representación corresponde a la N-VA (con un relato similar, pero edulcorado), que ha retenido 25 asientos, cediendo ocho. Entre uno y otro, los socialistas, segundos, con 20 (-3).
La N-VA (Nueva Alianza Flamenca), la misma que da cobertura al expresidente catalán Carles Puigdemont en Bélgica, formó parte del anterior ejecutivo encabezado por el valón Charles Michel. Esa misma N-VA sostuvo durante más de cuatro años un gobierno de coalición con cristiano-demócratas y liberales. Hasta el pasado diciembre, cuando lo abandonó después de que Michel incluyera a Bélgica en la lista de países firmantes del Pacto Mundial para la Migración. Era parte de una estrategia preelectoral de desafección progresiva que no le ha salido bien.
Tanto es así que se ha tomado el repunte de la extrema derecha como un fracaso personal hasta el punto de que su líder, Bart de Wever, le ha entregado el triunfo moral a su competidor radical. Y parece dispuesto a «hablar» con él aunque entre ambos no exista mucho «feeling». Sin embargo, otros miembros de la N-VA como Theo Franken, que llegó a ser secretario de Estado de Asilo e Inmigración del anterior Ejecutivo, parecen entenderse mejor con el nuevo jefe de la extrema derecha.
Aún no se ha aclarado si sumarán fuerzas, poniendo fin al histórico cordón sanitario. Pero el solo hecho de «hablar» ya se ve como un gesto que multiplica la dificultad de encajar el número de piezas suficientes (que están en las antípodas ideológicas) para coser otro «gobierno Frankenstein» (como ya se llegó a definir al anterior).
En el otro lado, el veto que pretendían los socialistas a la N-VA (lo de los ultras se daba por descontado) no suma suficientes escaños; tampoco es factible un tripartito clásico entre familias liberales, socialistas y cristianos demócratas si no es con el apoyo de los Verdes. Y aun así este no se cumpliría con el equilibrio en la representatividad de valones y flamencos que también requiere el complejo sistema de este país. El norte quedaría en minoría.
Los informadores-mediadores del rey tienen que entregarle un primer informe de «opciones» el próximo jueves día 6 junio tras mantener entrevistas con representantes de todos los partidos. «La situación es compleja», han señalado al unísono. Ambos son de la confianza del monarca y a ambos se les reconoce una dilatada trayectoria política. Los dos, el valón Didier Reynders y el flamenco Johan Vande Lanotte, han realizado por separado, con anterioridad, esta función conciliadora. No obstante, no tuvieron éxito.
La confianza entre Francia y Alemania no pasa por su mejor momento. Los líderes de ambos países no se ponen de acuerdo en el camino que debe seguir la UE, lo cual dificulta que la Unión tenga una posición clara frente a retos como el brexit, la crisis económica, la competición entre China y Estados Unidos o la pérdida de influencia de Europa en el mundo.
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