La colonización australiana quiso coincidir con dos sucesos que estaban generando gran descontento en el Imperio británico: la reciente pérdida de las colonias americanas en 1783 y la creciente superpoblación en sus prisiones. El Pacífico y aquellas nuevas tierras descubiertas apenas una década antes resolvieron la coyuntura y pronto zarparon los primeros barcos con prisioneros británicos con el fin de establecer una colonia penal. A aquel éxodo no tardaron en sumarse hombres libres atraídos por las posibilidades de una vida nueva, quienes se convirtieron en los encargados de poner las primeras piedras de lo que se convertiría en la nación australiana.
Estas nuevas tierras no solo atraerán a ciudadanos europeos. En 1842, Reino Unido obliga a China a abrir sus fronteras al comercio, lo que resulta en la llegada de los primeros pobladores chinos a Australia. No es hasta unos años más tarde, a principios de la década de 1850, cuando se produce una auténtica oleada de inmigración asiática tras el descubrimiento de extensos campos de oro en Australia.
Los ingleses declararon que Australia era «terra nullius», es decir, sin habitantes humanos, y así justificaron el despojo de las tierras indígenas y el saqueo del continente. Arrebataron las tierras fértiles y arrojaron a los aborígenes a las zonas áridas del interior.
Con la fiebre del oro comienzan a formarse los primeros barrios exclusivamente chinos dentro de las poblaciones mineras y llegan a conformar hasta un tercio de algunas de ellas en pleno apogeo por el metal precioso. No tardaron en darse las primeras tensiones entre la población china y la europea, con un auténtico choque cultural entre ambos sectores. La competencia económica que suponían los asiáticos en las minas de oro aviva las tensiones raciales con revueltas como la de Buckland River en 1857 o las marchas anti-China de finales de 1860.
Las tensiones no solo no cesarían, sino que serán avivadas aún más a finales del siglo XIX por nuevas corrientes de pensamiento europeas en defensa de la superioridad de la raza blanca el Darwinismo . Sus consecuencias en la política migratoria son el origen de la llamada Australia blanca.
Debemos recordar que, hasta este momento, Australia estaba compuesta por distintas colonias independientes que funcionaban prácticamente como cuasi-Estados bajo las órdenes de la Corona británica. El deseo de regular desde las propias colonias la inmigración que llegaba a la isla fue uno de los motivos que llevó a muchos a promover la idea de un Gobierno nacional australiano.
Tras un complejo proceso de casi dos décadas, numerosas asambleas y dos referéndums con el fin de coordinar y poner de acuerdo a las seis grandes colonias británicas originarias Australia Occidental y Meridional, Nueva Gales del Sur, Queensland, Tasmania y Victoria, con el comienzo del año 1901 se crea la Mancomunidad de Australia y las antiguas colonias se convierten en territorios federados del nuevo Estado.
Desde la década de los 90, la política australiana sobre inmigración se divide entre dos ideas que compiten sobre la delgada línea de la estabilidad del país. Llevando la simplificación al extremo, podría decirse que el debate está servido entre menores cuotas y mayor homogeneidad de la sociedad o mayores cuotas y multiculturalismo.
Ejemplo del primer caso es la conocida como One Australia Policy. Esta es promovida por primera vez en 1996 bajo el Gobierno liberal de John Howard y su lema era “Una sola nación, un solo futuro”. Su finalidad era reducir el multiculturalismo dentro de Australia recurriendo de nuevo a la raza como aspecto determinante, lo que causó una disminución importante en el número de inmigrantes asiáticos. Estas políticas generaron rechazo dentro del Partido Liberal, pero también se especula con que fueron el origen del partido ultraconservador y nacionalista One Nation de Pauline Hanson, quien definía el multiculturalismo como “una amenaza a las bases de la cultura, la identidad y los valores australianos”.
Por otro lado, nos encontramos el Big Australia Project, promovido por los laboristas bajo Kevin Rudd. En él se pretende ampliar las cuotas de inmigración con un objetivo simple: pasar de los 22 millones de habitantes de 2010 a los 35 millones en 2050. Las preocupaciones no se han notar, sobre la seguridad propiciando, que no solo se mire con recelo desde los sectores más nacionalistas a la inmigración asiática, sino que también se han extendido hasta incluir factores religiosos, como profesar el islam, con uno de cada dos australianos a favor de prohibir la entrada de musulmanes en el país.
Los recientes desafíos internacionales y el aumento de las llegadas a Australia de inmigrantes y solicitantes de asilo ha inclinado la balanza hacia las políticas más restrictivas, sin distinción de qué partido político se encuentre en el Gobierno. Así, la ley australiana obliga a la detención de todos aquellos que entren sin visado en su territorio hasta que este les sea otorgado o se los expulse no hay límite de tiempo. No solo las condiciones y la superpoblación de dichos centros, denunciados internacionalmente por violar los derechos humanos, suponen un problema, ya que, al tratarse legalmente de detenciones, suponen una penalización al solicitante de asilo, lo cual está prohibido en el Derecho internacional.
Australia, como Europa no solo se expone al escrutinio internacional en relación a sus políticas migratorias y de asilo: su economía, mercado laboral, pensiones e incluso la sanidad y educación, que se nutren de la presencia de estudiantes internacionales de países en desarrollo, sufrirían un duro golpe del que la Historia ha probado que sería difícil recuperarse sin recurrir nuevamente al fomento de la inmigración. Pero se podría aceptar así de cualquier forma a los musulmanes que entran en el país ¿o se les debería exigir un respeto por la cultura, costumbres y leyes del país que les acoge?
Pero Australia no solo debe enfrentarse al problema de la inmigración y tiene que afrontar uno de los desafíos más embrollados de su política exterior. Dependiente económica y comercialmente de China, pero alineada con EE. UU. en temas de seguridad, Canberra se encuentra en medio de la interrogación geopolítica del momento. La cambiante visión de Trump en cuanto al papel que Washington tiene que jugar en Asia y el creciente interés de China por expandirse en el Pacífico han aumentado las tensiones y estrechado el margen de maniobra de Australia.
El pasado noviembre el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico se convirtió en un campo de batalla para Washington y Pekín y, finalmente, cerró sin emitir una declaración conjunta, un fracaso sin precedentes en 25 años que hizo saltar las alarmas en Canberra. Análisis y reflexiones sobre la posición de Australia ante una brecha cada vez más evidente entre EE.UU., y China inundaron las páginas de la prensa australiana.
Australia, como potencia media, otorga una gran importancia al multilateralismo tanto a través de sus relaciones con India como con otras democracias de la región, particularmente Japón, Indonesia y Corea del Sur. Este giro hacia el Indo-Pacífico y el creciente interés de Canberra por formar alianzas con algunos de sus vecinos no es una coincidencia, sino más bien el fruto de la delicada situación en la que se encuentra Australia actualmente.
Mientras los dos aliados luchaban juntos en Oriente Próximo, Australia se convertía en la economía desarrollada más dependiente de su principal competidor estratégico: China. Desde inicios de siglo, las exportaciones australianas a China han crecido exponencialmente, y en 2014 sus lazos comerciales se consolidaron con la firma de un acuerdo de libre comercio. Actualmente, Pekín compra el 35% de sus exportaciones, lo que equivale al 8% del PIB australiano. Aunque Washington también juega un papel fundamental en Australia, aunque la importancia de China eclipsa cualquier otra influencia económica.
Hace cuatro años, el Gobierno australiano fue criticado por publicar un anuncio en el que desalentaba a los solicitantes de asilo que fuesen a viajar ilegalmente al país. «No Way» «De ninguna manera», decía el cartel. «No harás de Australia tu hogar”. Si subes a un barco sin visado, no acabarás en Australia. Cualquier embarcación que intente entrar ilegalmente en Australia será cuidadosamente interceptada y expulsada de las aguas australianas.
Era un mensaje sumamente duro, pero funcionó. «La tasa de migración de Australia es la más baja en diez años», dijo Peter Dutton, ministro de Interior de Australia. En declaraciones a Today Show, Dutton dijo que el descenso tenía que ver con «la restauración de la integridad de nuestra frontera». Los australianos están al parecer satisfechos con ello. Una nueva encuesta acaba de revelar que el 72% de los votantes apoyan la política migratoria del primer ministro, Malcolm Turnbull. Australia, una democracia occidental, ha intentado durante años manejar una crisis migratoria que proviene del mar y musulmana principalmente.
La población musulmana y judía comparten cementerio en la ciudad Harbor, la cual tiene más de 15.000 miembros, hubiese acabado el espacio en pocos meses, dijeron los funcionarios. Por su parte, la población judía, de 45.000 personas, hubiese podido lidiar con la situación en un corto plazo. El nuevo sitio de 3,3 hectáreas tendrá suficiente espacio para ambas comunidades para la próxima década o más. La mitad del espacio será reservada para 4.000 tumbas islámicas dobles, la otra mitad será para 2.700 espacios simples para judíos, dijo Katrina Hodgkinson, ministro de Industrias Primarias del país. Las dos secciones estarán divididas por pequeñas calles dentro del cementerio, agregó.
El riesgo de atentados terroristas en Australia en los últimos años puede clasificarse como bastante insignificante. En comparación con otros países, aquí sólo hay unos pocos precedentes. En los últimos 5 años se ha registrado un total de 28 incidentes terroristas, en los que han muerto 10 personas y 29 han resultado heridas.
No me cabe duda Europa debe tomar ejemplo para controlar la inmigración sobre todo la musulmana, impidiendo que buques como Open Arms (conócelo) colaboren con traficantes de seres humanos.
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Estimado amigo:
Nos ofreces hoy otro extraordinario artículo que, por su importancia, debería ser objeto de estudio en las universidades de todo el mundo occidental.
Desgraciadamente nos bombardean desde todos los medios de comunicación con soflamas populistas en defensa de la mujer, de los colectivos LGTBI, y de los derechos humanos de los inmigrantes que nos llegan, entre otros, en barcos como el Open Arms sin ningún tipo de control. «Sed bienvenidos» reza un cartel en el Ayuntamiento de Madrid.
Y así nos va.
Que pena que estas informaciones no lleguen a más personas.
Y peor aún, que no haya políticos «a la australiana» que defiendan nuestras fronteras y nuestro país.
Gracias por seguir ahí.
Un fuerte abrazo.
José Manuel del Pozo González
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Amigo José Manuel los medios afines son muchos y todos son cómplices del silencio y el favorecimiento de la trama, casualmente hoy el ECD trae un articulo interesante al respecto el título de por se ya es llamativo, «´Nostradamus: profecía sobre la separación de Cataluña de España y su conversión en la primera República Islámica de Europa» una novela basada sobre las prófecias de Nostradamus y numerología.
https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/tendencias/llega-espana-nostradamus-profecia-separacion-cataluna-espana-conversion-primera-republica-islamica-europa/20190311174604122866.html
Pero cierto o no la realidad es que el Islam cada día es más fuerte en Europa y redundo los gobiernos nada quieren hacer por impedirlo. Un saludo
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[…] Australia se resiste a la inmigración musulmana […]
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