El 29/11/1947 La Asamblea General de la Naciones Unidas aprobó la partición de Palestina en dos.
Los palestinos son los únicos que están boicoteando a la Administración estadounidense. En los últimos seis meses, los líderes de la Autoridad Palestina (AP) se han negado a tener el menor contacto con la Administración estadounidense, excepto, por supuesto, para recibir ayuda económica. El presidente de la AP, Mahmud Abás, y sus principales socios en Ramala no sólo se han negado a reunirse con cualquier miembro de la Administración estadounidense, también han llevado a cabo una campaña difamatoria de odio e incitación contra el presidente Trump y los altos representantes y funcionarios de EEUU. La mayoría de los ataques palestinos tienen por objetivo a los asesores “judíos y sionistas” de Trump, como Kushner, Greenblatt y el embajador de EEUU en Israel, David Friedman.
La posición palestina respecto a este plan no desvelado de Trump se basa mayormente en rumores y especulaciones mediáticas. De hecho, los funcionarios palestinos han admitido que obtienen la mayor parte de la información de los medios.
La clase de paz que buscan no la podrá recoger iniciativa alguna. Y es que quieren una paz sin, no con, Israel. La razón por la que los palestinos tienen un problema con el plan de Trump es que lo ven como un obstáculo en su plan para acabar con Israel. Los palestinos saben que el plan de Trump no facilitará su misión de destruir Israel. De hecho, consideran cualquier plan que se les presente –por Trump o cualquier otra personalidad– un obstáculo que dificulta su empeño de librar la yihad (guerra santa) contra Israel y los judíos. No quieren tener que decir “no” a Trump; es más seguro eludir el asunto, postergarlo y ganar tiempo hasta que llegue una Administración estadounidense más amigable.
Cuando los palestinos denuncian que el plan de Trump es una “conspiración”, lo que quieren decir es que trata de desbaratar sus intentos de aniquilar Israel. Lo que los palestinos están diciendo es: “¿Quiénes son estos americanos para venir y sermonearnos sobre la paz con los judíos que viven aquí, cuando nuestro verdadero objetivo es expulsarlos de esta tierra?”.
En verano de 2000, Yaser Arafat abandonó la cumbre de Camp David (a la que asistía junto con el presidente norteamericano William Jefferson Clinton y el entonces primer ministro israelí Ehud Barak) después de constatar que las propuestas que estaban sobre la mesa no satisfacían las aspiraciones y sueños palestinos… de destruir Israel. Lo que Arafat quería era que Israel le diese el control sobre toda la Margen Occidental, la Franja de Gaza y el este de Jerusalén para un Estado palestino en esos territorios, de modo que los palestinos pudieran utilizarlos como lanzadera para “liberar el resto de Palestina”; es decir, para destruir Israel. Cuando un enfurecido Arafat comprendió que no iba a obtener lo que quería, regresó a Ramala e incitó a los palestinos a lanzar otra oleada de terrorismo contra Israel, la Segunda Intifada.
Abás se opone al plan de Trump porque quiere un Estado palestino temporal que sirva como plataforma a los ejércitos árabes y las organizaciones terroristas palestinas e islámicas para el lanzamiento de ataques contra Israel. El plan de Trump no tiene en consideración el sueño palestino de eliminar Israel, y esa omisión traspasa con creces sus líneas rojas.
El mundo ya vio lo que ocurrió la última vez que Israel concedió territorio a Abás. Fue en 2005, cuando Israel se retiró de Gaza y se la entregó a Abás y a sus fuerzas de seguridad. Al cabo de pocos meses, Abás y sus secuaces huyeron de la Franja después de que Hamás lanzara desde las azoteas de altos edificios a miembros de la AP y se quedara con todo el poder. El resto, como se dice, es historia. Si Israel se retira de la Margen Occidental, probablemente se repetiría la escena allí. Ahora bien, Hamás no se haría con la Margen en meses, sino en semanas o días.
Por otro lado, ningún líder palestino está en condiciones de aceptar acuerdo alguno de paz con Israel, sobre todo después de que Abás en la Margen Occidental y Hamás en la Franja de Gaza se hayan volcado en la radicalización antiisraelí de su pueblo.
Décadas de incitación en las mezquitas y en los medios han convertido Israel, a ojos de la mayoría de los palestinos, en un gran asentamiento que hay que erradicar. En consecuencia, la opinión pública palestina no está preparada para oír hablar de ningún plan de paz, ni de Trump ni del mismísimo Mahoma. Los palestinos tienen un problema con Israel: la mayoría no ha aceptado el derecho de los judíos a vivir en un Estado seguro y soberano en lugar alguno de Oriente Medio.
Sin duda, Trump y sus enviados acuden a nuestra parte del mundo con las mejores intenciones. Sin embargo, lo que no parecen ver es que, tal y como están las cosas, no hay socio palestino para un acuerdo de paz con Israel.
Los palestinos están divididos en campos: uno que declara abiertamente que no quiere hacer la paz con Israel porque su objetivo es destruirlo y sustituirlo por un Estado islámico y otro que, aunque quisiera la paz con Israel –y no quiere–, no podría firmarla porque ha adiestrado a su pueblo para que sólo dé su consentimiento al crimen. Al primero se le denomina “campo radical”. Es el que se opone a la presencia de Israel en Oriente Medio. El segundo es lo que los palestinos llaman el “campo Abás”, que es corrupto y débil, manda mensajes contradictorios a su pueblo y maneja discursos distintos en función del destinatario.
Los dos actores palestinos –la AP y Hamás– pueden discrepar en todo, excepto en la eliminación de Israel. El único plan de paz aceptable para los actuales líderes palestinos sería uno que facilitara su misión de proseguir la yihad contra Israel hasta hacerlo desaparecer.
Si Kushner y Greenblatt quieren aprender algo más sobre las verdaderas ambiciones de los palestinos, harían bien en escuchar un sermón de los viernes en una mezquita o visitar alguna escuela de la Margen Occidental o de Gaza. Tal vez entonces vieran que, por el momento, ningún plan de paz puede contrarrestar el veneno que se inyecta a diario en los corazones y las mentes de los palestinos. © Versión original (en inglés): Gatestone Institute
Los asentamientos fueron una obsesión para Obama desde el 22 de enero de 2009, su segundo día en el cargo. Ese día nombró a George Mitchell su enviado especial para la paz, y adoptó la idea de que el conflicto israelo-palestino es la clave para la pacificación de toda la región y de que el congelamiento de la construcción en los asentamientos es la clave para la paz entre israelíes y palestinos.
Pero incluso si crees todo eso –y, viendo cómo está Oriente Medio en estos momentos, nadie sensato lo cree–, permitir que esa resolución salga adelante va mucho más allá de la demanda de que se interrumpa la construcción en los asentamientos. Es un golpe contra Israel. La inclusión del lenguaje habitual que llama a “ambas partes” a mostrar “calma y contención” y a evitar la “incitación” y las “acciones provocativas” es basura para atraerse votos europeos, y quizá para atraer a Barack Obama. Pero, de hecho, no hay manera de que esta resolución haga avanzar la causa de la paz entre israelíes y palestinos.
Obama no nos hizo un favor: ha puesto punto final a la larga discusión a propósito de su actitud hacia Israel. Ninguno de sus partidarios, ningún demócrata apologeta puede seguir ya diciendo lo mismo que venimos oyéndoles desde hace ocho años. Así, en 2012 Thomas Friedman escribió en el New York Times.
En un artículo para The New York Times sobre la celebración del 50º aniversario de la Guerra de los Seis Días, el exembajador de Israel en Estados Unidos Michael Oren escribió: “El conflicto no es por el territorio que Israel capturó en 1967. Antes, es sobre si el Estado judío tiene derecho a existir en Oriente Medio. Como Abás declaro públicamente: “Jamás aceptaré un Estado judío”.
También debe recordarse que Israel ofreció acabar con la ocupación y los asentamientos en 2000-2001. Estas generosas iniciativas para la paz habrían creado un Estado palestino desmilitarizado. En 2008, el primer ministro Ehud Olmert hizo una propuesta aún más generosa ofreciendo a los palestinos el 97% de la Margen Occidental, pero Mahmud Abás no respondió. Durante los últimos años, el Gobierno israelí ha ofrecido sentarse a negociar una solución de dos Estados sin condiciones preestablecidas, ni siquiera el previo reconocimiento de Israel como Estado-nación del pueblo judío. Sin embargo, no se ha llevado a cabo ninguna negociación relevante.
Parte de la culpa recayo sobre Barack Obama. Al aplicar presión sólo sobre la parte israelí, y no sobre los palestinos, Obama desincentivó constantemente a Abás para que adoptara un paradigma de dos Estados para dos pueblos. Esto alcanzó un punto crítico en diciembre, cuando Obama permitió que EEUU no vetara la necia resolución de la ONU según la cual el Muro Occidental y otros lugares históricamente judíos no son reconocidos como parte de Israel. (Recordemos que la Resolución 181 de la ONU obligaba a “un régimen especial internacional para la ciudad de Jerusalén”, y que Jordania la capturó ilegalmente. Israel liberó Jerusalén en 1967, y permitió a todo el mundo ir al Muro de Occidental).
El principal obstáculo a la solución de los dos Estados sigue siendo la falta de voluntad palestina para aceptar la resolución de Naciones Unidas de 1947 que llamó a la existencia de dos Estados para dos pueblos, el judío y el árabe. Es decir, el reconocimiento explícito de los palestinos de la existencia de Israel como Estado-nación del pueblo judío. Kerry no aludió lo suficiente a esta cuestión.
Lo más importante que dijo Kerry es que la Administración Obama no reconocerá unilateralmente el Estado palestino sin un acuerdo entre Israel y los palestinos. Asimismo, dejó ver que EEUU no pugnará por nuevas resoluciones en el Consejo de Seguridad. Así pues, el discurso de Kerry fue simplemente eso: un discurso, con poca sustancia y ninguna importancia. Enseguida caerá en el olvido, junto con tantas otras condenas tendenciosas a Israel.
La web de la CAA publica una «lista de enemigos» de las clases, que narra el presunto antisemitismo de 39 miembros del partido laborista. Un sorprendente número de quejas de la CAA dirección declaraciones sobre Israel, contra los judíos, sino sobre las acciones del país. Hasta la fecha, unos 150 miembros del partido laborista han sido expulsados por presunto antisemitismo y hay una acumulación de casos.
Organizaciones similares a CAA han estado operando en los Estados Unidos durante algún tiempo. En Carolina del Sur criticar Israel está esencialmente prohibido en los campus de la Universidad Pública y en otros Estados soporte para BD el movimiento de boicot, desinversión y sanciones
A pocas horas de celebrarse la cumbre de la Alianza del Tratado Atlántico Norte (OTAN) en Bruselas, el presidente del Consejo Europeo, Donald Trusk, instó este martes al mandatario estadounidense Donald Trump a valorar a sus aliados europeos, porque «al fin y al cabo no tiene tantos».